Que deleite es apagar los sentidos, perder la vista para dejar que el tacto se vuelva más sensible y las manos encuentren laberintos de pieles, sentir el cambio de texturas que vibran con cada caricia, la revelación de pezones y el falo erectos, incrementar el olfato que se llena de olores del perfume del deseo; intensificar el oído que escucha las palabras de un idioma que sólo el placer es capaz de interpretar, descubrir sabores nuevos emanados del arrebato, permitir descansar a las fuerzas, que nos abandonan con cada beso de agua y van abriendo portales para recibir el dulce tacto de unos dedos insaciables, de una lengua docta en despertar al cómplice del vicio de la avaricia, que derrite la última frontera e invita al intruso a la fiesta de unos labios que le dan la bienvenida, ansiosos de conocerle, de incitarle a que entre una y otra vez a su casa oscura, suave y húmeda, llenada de luz con su presencia, deseosa de ser inundada en su río subterráneo entre espumas blancas, navegando por parajes profundos, controlados por el sonido de aguas que chocan contra piedras delicadas, hasta desembocar en la cascada blanca, que surge de la pasión desatada por el roce de huracanes, arrebatados de algún lugar conocido por los instintos feroces, que desgajan pieles encantadas por el goce de aullidos de lobos en celo, domados por el vuelo de nubes de hielo fundido por la única muerte que concibe vida.
Alba (désirer)
5/09/08