Entre cientos de pétalos marchitos tiradas sobre la tierra, ella camina por el viejo sendero de siempre, su vestido largo de gasa color púrpura, roza ligeramente el suelo al andar; guantes cortos del mismo matiz, un sombrero con un par de flores de jacaranda reposa en su cabeza, la mirada baja, en sus ojos tiembla una lágrima que no desea caer, un viento fresco cruza su cuerpo, meciendo cual cuna su largo cabello.
Su vida cabe en una bolsa tejida colgada de su mano, el guardapelo lleva un beso, un frasco de perfume con lágrimas de alegría de una noche de amorosa pasión y tristeza tras el adiós; el espejo que refleja la última sonrisa evocada por él al verla, aretes que conservan los “te amo”, pulseras que recogieron caricias, un collar de ausencias en cada perla, un monedero con recuerdos arrojados al olvido.
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